sábado, 13 de junio de 2009


Este Congreso se instala en un escenario de conflagración sociopolítica y cultural. Escenario de muerte, violento y sangriento producto de la feroz batalla desatada por el paradigma neoliberal en su afán de permanecer hegemónico a costa del sacrificio de la vida de millones de seres humanos, del aire que respiramos, de la existencia misma de este planeta que nos acoge; expresión del fundamentalismo capitalista, de la ortodoxia ensangrentada por la avaricia y individualismo competitivista sin más freno que el apetito insaciable por la ganancia, sin patria, sin moral, ni escrúpulos, en síntesis, un vacío insondable de valores sociales y éticos.

No es casual, entonces, que esta guerra se libre en el espacio social de nuestra Amazonía, protagonizada por la presencia social de los pueblos indígenas, pues ese será a futuro el espacio social en el que se desarrollarán los más grandes y heroicos enfrentamientos por la supervivencia de la humanidad.

Este milenio ha puesto a las etnias nativas en el teatro mismo de las batallas sociales, en escenario en el que serán los protagonistas de las grandes batallas globales. Es un movimiento que ha surgido como una respuesta histórica ante al afán depredador, que se originó en el discurso positivista primigenio de la modernidad, expresando el rol de la ciencia como instrumento de dominación del hombre sobre la naturaleza, que ha conducido a la ruptura violenta y agresiva de las relaciones ecológicas de correspondencia mutua entre el habitante y su hábitat natural.

El producto de esta concepción científica radicalizada por el interés técnico y la inversión teleológica entre la ciencia y la tecnología, impulsados por la industria del consumismo es precisamente el desastre ecológico que vivimos.

El Perú no es el único lugar de los enfrentamientos. Pero en el contexto de América Latina, es en nuestro país donde el neoliberalismo ha visto brotar con más vigor sus miserias materiales y morales. Aquí los aprendices aplicados de la ortodoxia neoliberal han extremado la liberalización del orden jurídico para ponerlo como alfombra de un mercado cautivo por los apetitos del usufructo y la exacción de los recursos naturales, en beneficio de las empresas transnacionales y de la desmedida apetencia presupuestívora de sus socios internos. Y por ello las desigualdades sociales se han profundizado en el orden que el sistema ha impuesto. Asimismo, en este nuestro país, más que en cualquier país de la región, el afán de lucro como leit motiv ha sido el caldo de cultivo de las expresiones más extremas de corrupción, particularmente de los agentes del neoliberalismo que fungieron y fungen como gobernantes.


El neoliberalismo, como una tumoración maligna, se ha apropiado no sólo del escaso bienestar de los trabajadores y de sus derechos tan duramente conquistados, sino que ha corrompido la médula misma de sus agentes, que han contaminado y están contaminando todo cuanto los roza con el pus de la corrupción.


La historia juzgará a este gobierno por los execrables crímenes cometidos contra los pueblos indígenas. También por la cruenta muerte de los policías utilizados como carne de cañón en este detestable acto de cobardía, irracionalidad y estulticia. Una vez más el cinismo se impone en los gobernantes, buscando víctimas propiciatorias que carguen sus culpas, sus miserias y sus atormentadas conciencias. Pero esta coyuntura nos advierte a todos acerca de los retos que significarán las próximas y duras batallas contra el neoliberalismo que prolongará su agonía por mucho tiempo más si no lo derrotamos en todos los campos en los cuales se ha entronizado.


José Luis Ayala

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